Welwitschia

Recuerdas cuál es el color de mi suéter favorito o mi helado preferido, recuerdas cuál es mi canción, mi banda, mi película o mi serie favorita. Acaso puedes recordar el color de mi cabello o el de mis ojos, el sabor de mis labios, el aroma de mi cuerpo. Podrías recordar mis besos inocentes, apasionados, juguetones o desesperados, y mis caricias recorriéndote por entero. Recordaras los domingos en la mañana, recostados el uno junto a otro abrazados, descansando, recordando. El olor del café por la mañana y las largas platicas en la cama, el sol filtrándose por la ventana acariciándonos cálidamente. Podrías olvidar la confianza que solíamos

Porque con el simple hecho de verlo o recordarlo en mi cara se dibuja una sonrisa, con ansias espero la próxima vez que me rodeará con los brazos... murmurar  te quiero  al oído. No puedo negar que me estoy enamorando de él y lo que me asusta es no saber con certeza que es lo que pasa por su cabeza, me daría miedo descubrir que no siente lo mismo por mi. No lo creo, la sinceridad en sus ojos es grande y el interés que pone en mi no creo que pueda ser vano. Posees por entero mi alma, me aprisionas y me gusta... Sin embargo me siento sola, son cuatro las paredes que me aprisionan y que limitan mi mente y espacio. ¡Ábrete, te lo ordeno!... po

En las profundidades de un corazón se escucha un tic-tac, es el tiempo que corre contando los segundos para que pueda regresar con su amor. Tic-tac y el tiempo continua mientras este corazón envejece porque su amor no llega. Tic-tac y el tiempo sigue pasando, hace mucho tiempo que espera... tanto que ya ha olvidado lo que espera. Tic-tac, tic-tac, tic-tac… el silencio, no queda más tiempo ya que el corazón ha muerto.

No es que quiera posponer lo inevitable y no es que quiera esconderme en mis miedos, es solo que no sigo el ritmo de las cosas. Tratando de atesorar cada una de las sensaciones que a mi alrededor revolotean, guardando todas las imágenes que puedo captar a través del velo de mis ojos... es injusto que se me reclame de tratar de aferrarme a la sencillez y felicidad de los recuerdos que crean día a día mi vida. No pediré disculpas por vivir... mucho menos por cada suspiro que he lanzados ni por cada sueño realizado. ¡Aléjate, por favor! Déjame respirar y déjame volar, quita las anclas de mis pies que quiero perderme en el cielo...

Se encontraba sentada en ese sillón que me gusta tanto, como invitándome a que me uniera a su dolor.  Un dolor inolvidable, lento y cruel.  Mi corazón latía apresuradamente, mi mente comenzaba a recordar.   La memoria golpeaba en mis sienes clamando por la libertad que le había negado, aquella mentira ideal, aquella verdad fatal. No podía detenerla, el dolor era casi insoportable, ya no había escapatoria, todo tendría que salir.  Me miró tristemente... ella lo sabía, ella la única que me comprendía era cómplice de mi dolor.  Mi dolor era el suyo, su corazón el mío.  Su mano me hizo un ofrecimiento que yo no me atreví a rechazar, al verla